La Dolores cantaba a sus geranios la Zarzamora cuando en el rellano, el andador de Juan el delsegundo se arrastraba para llegar a la puerta. Eran las dos, agosto y las flores se freían por un pocode agua, al igual que la Dolores, que maldecía la hora en que salió el sol aquella mañana. En lanevera había un poco de agua fresca para revivir su voz envejecida de folclórica. Caminaba ligero,aunque no salía de casa."Toc-toc".Se echó el agua helada a la boca y con un nudo en la garganta,corrió hacia el espejo de la entrada y muy coqueta, se atusó el pelo blanco y se pellizcó las mejillas.
Cuando abrió la puerta estaba Juan con su andador, su boina y sus bolsas.
-Buenas tardes.
-¡Ay, Juan! ¿Dónde vas con el sombrero? Pasa, pasa y siéntate.
- Mujer, el sombrero me quita la calor, que uno no tiene ya la cabeza para que el Sol la lama. ¡Mira
cuántos viejos como yo han caído este verano por “inlosación”! Seguro que ninguno se protegía
como yo. Yo me cuido, Dolores, no te preocupes.
-¿Hace mucho calor fuera?
- Sí, sí, mucho, pero yo ahora cuando llegue a mi casa estaré como un rey. Mi hijo me tiró los
ventiladores que teníamos desde que tuvimos a mi Rosa, me dio mucha pena, pero hoy vendrán a
ponerme el aire “adicionado”, dice mi Francisco que está muy bien y te tiene la casa fresca.
- ¿Sí? A ver si tú me pudieras hablar con alguien para ponerme uno también, porque aquí una tan
sola y con las calores, se puede morir de pena...
- Anda,mujer, no te pongas así, yo hablaré con mi Francisco. ¡Ah! La comida, toma, que mal tiene
uno la cabeza ya.
- ¿Qué me traes?
- Gazpacho, pescaíto y pan crujiente. ¿Tienes yogures?
-Sí, tengo de los "ennatados" que me trajiste los otros días. ¿Cuánto te debo, Juan?
- Nada, mujer, nada. Que yo hago muy a gusto la comida para los dos y no me cuesta nada, con la
pensión todavía me llega.
- Ay, Juanito, ¿qué sería de mí sin ti aquí? Mis niños en Italia y una, vieja y echaíta a perder, aquí,
sola e indefensa y tonta, porque ya me estoy volviendo tonta de remate. Hoy hace tres meses que se
murió mi hermana, fui a su cuarto a mirar sus fotos y me eché a llorar porque no sabía dónde estaba.
En las fotos no la conocía y es mi hermana. Me estoy volviendo tonta, Juanito.
-Venga, chiquilla no llores, que no estás sola. Tienes que salir un poco a que te de el aire, te pondrás
más alegre. Mira tus geranios, ¡se ponen tristes si te ven así!
- Juan, ¿qué tonterías dices? Con ochenta años, ¿tú te crees que tiene una el cuerpo para salir a la
calle? ¿Y qué va a pensar la gente? Si todavía no ha hecho ni medio año que se murió mi Paca, y yo
ya saliendo. Que no, que no. Que la gente pía y una no quiere.
- ¡Anda ya! ¿Tú les vas a hacer caso a las cotorras esas? Que son más malas que... ¡mal dolor les de que se les cayeran las lenguas de bichas que tienen! Tú te vienes esta tarde a la fresca, damos unpaseíto y vamos al bar del Manolo que nos pone de cenar.
- Qué vergüenza, Juanito, ¿ir yo sola con un hombre por la calle?
- Mujer, que ya son otros tiempos y yo soy tu amigo desde hace muchos años.Vendré a recogerte,¿vale?
- Vale. Vaya usted con Dios. Hasta luego.
La Dolores a las séis estaba lista. No se quitó el luto pero escogió el vestido intacto que llevaba cuando conoció a Pedro, su marido. Todavía le quedaba bien.
Cuando murió hacía ya veinte años,Dolores no lloró, pero su existencia se automatizó. Se encerró en los recuerdos y olvidó por completo que vivía. Limpiaba, regaba sus flores y comía muy poco. En su cabeza comenzó a nevary por su piel los surcos abrían camino a las lágrimas. Cuando sus hijos llegaron con la Navidad,hablaron con Juanito para que la cuidara. Él la quiso visitar durante esos meses de tristeza, pero nadie le abrió nunca la puerta. A partir de entonces cada día le subía el pan y le hacía la comida, laayudaba a limpiar y le daba conversación. Por las noches se aseguraba de que cerraba la puerta ypor las mañanas le daba los buenos días.
Aquella amistad no surgió cuando murió Pedro. Lolita y Juanito fueron vecinos toda la vida, los dosjugaban a la rayuela y cogían los gorriones heridos para curar sus patitas. Cuando el campanario de la catedral arañaba las cuatro , corrían descalzos sobre los adoquines de la plaza de los naranjos para ir a trabajar.
Cuando murió hacía ya veinte años,Dolores no lloró, pero su existencia se automatizó. Se encerró en los recuerdos y olvidó por completo que vivía. Limpiaba, regaba sus flores y comía muy poco. En su cabeza comenzó a nevary por su piel los surcos abrían camino a las lágrimas. Cuando sus hijos llegaron con la Navidad,hablaron con Juanito para que la cuidara. Él la quiso visitar durante esos meses de tristeza, pero nadie le abrió nunca la puerta. A partir de entonces cada día le subía el pan y le hacía la comida, laayudaba a limpiar y le daba conversación. Por las noches se aseguraba de que cerraba la puerta ypor las mañanas le daba los buenos días.
Aquella amistad no surgió cuando murió Pedro. Lolita y Juanito fueron vecinos toda la vida, los dosjugaban a la rayuela y cogían los gorriones heridos para curar sus patitas. Cuando el campanario de la catedral arañaba las cuatro , corrían descalzos sobre los adoquines de la plaza de los naranjos para ir a trabajar.
Lolita no pudo ir a la escuela, pero eso no le impidió aprender a leer un poco.Juan iba a su casa por las noches y con el olor a aceite de una vieja lámpara comenzaban las lecciones. Con un poco de suerte la madre de la Dolores les daba pan caliente y arenques para llenar sus estómagos, pero estoocurría muy de vez en cuando.
Cuando los dos iban por los dieciséis años, Dolores se comprometió con un joven marinero llamado Pedro. Tras la boda se trasladaron a otro barrio y Juan no supo más de ella. Unos años más tarde, el destino hizo que Juan conociera a María, una costurera de veinte años con la que se casó.
Compraron una casa nueva y bonita y a los tres años tuvieron una niña preciosa llamada Rosa.
Pasaron dos años cuando llegó Francisco, el último hijo que tendrían, pues María enfermó de una neumonía que se la llevó meses después. Llegó gente nueva al vecindario entre la que se encontraban Dolores, Pedro y sus tres hijos, que lo ayudaron mucho cuando se quedó viudo, tanto que se convirtieron en una gran familia de ocho miembros que se fue reduciendo hasta quedar sólo ellos dos. Fue la soledad la que soldó, aún más si cabe, el cariño entre ellos.
La Dolores se despertó de su siesta, abanico en mano para comerse el yogur e irse a la cama.“Ding-dong”. Corrió hacia la puerta extrañada sin esperar visita alguna, observó por la mirilla como Juan se repeinaba con una mano y guardaba la otra en su espalda.
La Dolores se despertó de su siesta, abanico en mano para comerse el yogur e irse a la cama.“Ding-dong”. Corrió hacia la puerta extrañada sin esperar visita alguna, observó por la mirilla como Juan se repeinaba con una mano y guardaba la otra en su espalda.
– Venga, vamos.
– ¿Adónde, Juan?
– A cenar, mujer, ¡adónde vamos a ir!
– ¡Ay, Juanito, se me ha olvidado! Mira, vestida y todo y se me ha olvidado, como tengo la cabeza.
– No pasa nada. Mira lo que te traje, ¿te gustan?
– ¡Ay! Huelen como la brisa de mi plaza de los naranjos.
Con la mano colmada de arrugas, Juan cosió los azahares al fino pelo de la Dolores y con la misma delicadeza la cogió del brazo para llevarla al bar del Manolo. Sin duda hacían una pareja muy singular.
El bar estaba desierto, Manolo sonrió a Juan bajo su bigote negro y saludó a Dolores. Les indicó una mesa con dos sillas y fueron disfrutando de los platos. Durante la velada hablaron y hablaron. Dolores siempre hablaba del pasado, de cuando mataron a su padre, de lo dura que era antes la vida, de lo rápido que había pasado el tiempo, de las muñecas de cartón, de ir descalza por la calle. Juan hablaba del futuro, del porvenir, de lo poco que había hecho y de lo mucho que le quedaba por hacer. Cuando hablaban de su niñez, Juan se ponía colorado “Manolo, ¿qué vino nos has puesto?”,decía, pero no era el vino y él lo sabía.
A veces Dolores lo miraba con recelo, como si no lo conociera del todo y a Juan se le revolvían las tripas de pánico.
Desde la cocina la astucia de Manolo dejó caer el cassette en el equipo. Un bolero comenzó a susurrar en sus oídos suave como una pluma. Juan se agarró con fuerzas al andador, tendiendo la mano a la Dolores para que bailara con él. Lolita se aferró a sus brazos apartándolo del andador. Él se cogió fuerte a su cinturilla y a su mano y con pasos torpes intentó seguir el compás de la canción.
Los dos bailaban despacio cuando la Dolores acurrucó su cara en Juanito. Sus palabras confirmaron lo que antes le hizo un nudo en el estómago:
– ¡Ay, Pedro! ¡Qué guapo estás! Tengo tantas ganas de que nos casemos...
Con el corazón hecho pedazos, Juan callaba sus lágrimas como podía, con la rabia de la impotencia y con la amargura de algo que se le escapaba. ¿Y qué podía hacer? Enamorado como un niño la miró y eligió ser menos egoísta y más bondadoso, regalándole la felicidad de los tontos, la de laignorancia.